A Natalí (Luciana Grasso) la llevan va a pasar la tarde a lo de su amiga Rita (Laura Grandinetti) para alejarla del clima angustiante que se está viviendo en su casa. Hilda, (Sandra Grandinetti), la mamá de Rita, se va a trabajar, por lo que quedan al cuidado de Dorita (María Marull), la empleada doméstica que además tiene que atender al Tío Aníbal (Marcelo Pozzi), un enfermo neurológico grave.

Las niñas pasaran el horario de la siesta bordeando, con sus juegos, el límite de la inocencia y la crueldad. Dorita, una especie de Cenicienta moderna, sueña con poder irse de ahí. En el afán de los personajes por luchar para liberarse de lo que los ahoga, la pieza tendrá giros dramáticos desopilantes. Un viejo amor de Dorita, el hijo de Cacho (Mauro Álvarez), el verdadero príncipe de esta historia, irrumpirá y en tono de melodrama le declarará su amor y hará lo imposible para conquistarla nuevamente.

El misterio reina en esta obra donde el mundo de los adultos se filtra en el juego, por momentos macabro y cruel, de estas niñas. Una pieza que nos invita a reflexionar sobre el territorio emocional de la niñez, invitándonos a volver a esa dimensión donde la imaginación y la ingenuidad proponían una mirada inocente sobre el amor y la realidad.

Un elenco que hace un trabajo inolvidable con la supervisión dramatúrgica del prestigioso Javier Daulte que es garantía indiscutible de calidad teatral.

Yo no duermo la siesta lleva cuatro años consecutivos en la cartelera porteña imponiéndose como una de las obras más representativas de la vanguardia de la actualidad.